Historia de un filósofo del siglo XVIII que aseguraba ser el creador del mundo.
Un joven estudioso descubre en la biblioteca, en un paréntesis momentáneo que roba a la preparación de una tesis, la existencia de un filósofo que obtuvo cierta repercusión en los salones parisinos del siglo XVIII por afirmar que todo lo que existía era producto de su imaginación. Gaspard Languenhaert, joven procedente de Holanda, guapo y rico, fundará la Secta de los Egoístas que no tendrá demasiado éxito ya que su afirmación de ser el creador del mundo será respondida inmediatamente por todos los asistentes a la presentación que se pelearan por atribuirse esa autoría. El joven estudioso recorrerá Francia e incluso viajará a Holanda en busca de nuevos datos sobre Gaspard, sobre su pensamiento y la historia de su vida. Una novela sobre el egoísmo como una forma de asesinato del otro que no carece de sentido del humor. "El humor es para mí tomar distancia respecto a las ideas, jugar con las ideas, hacerlas ridículas, mostrar lo absurdas y lógicas que pueden llegar a ser", dice Schmitt. En la web del escritor, también en español, podéis bucear en la obra e intereses de Schmitt.
La secta de los egoístas es según Schmitt "una novela filosófica paradójica porque no está consagrada a una sabiduría filosófica sino más bien a la locura filosófica". Todos hemos dudado de la realidad de lo real, sabemos que nuestros sueños, por muy vividos que los creamos, no son más que una ilusión que se rompe al despertar, esas certidumbres llevan al protagonista de la novela de Schmitt a formular su teoría, "el solipsismo me parecía ineludible, una doctrina según la cual el mundo, soñado o vivido, no es más que la suma de sensaciones subjetivas, que nada me asegura su materialidad, que no hay otro entramado que el mental, que sólo existe en mí y por mí".
Todos los grandes filósofos de la conciencia, de Descartes a Husserl, han atravesado por momentos de solipsismo. Todos lo han superado para reencontrarse con la realidad del
mundo. El solipsismo se inscribe en la historia de la filosofía como una etapa rápidamente contradicha, como un error. No hay oficialmente filósofos solipsistas. Pero en sus lecturas, Eric-Emmanuel Schmitt descubrió a Gaspard Languenhaert que llegó a esta teoría y quiso crear una escuela filosófica imposible y murió de una sobredosis de opio a los 33 años, y con lo poco que pudo averiguar sobre él y lo mucho que imaginó construyó esta curiosa y reflexiva novela
Eric-Emmanuel Schimitt es el autor dramático vivo más famoso de Francia. Dramaturgo, ensayista, director de cine y guionista, es autor de la deliciosa Odette Toulemonde y otras historias que él mismo dirigió en el cine, una película sobre la felicidad y protagonizada por Catherine Frot y Albert Dupontel y de El señor Ibrahim y las flores del Corán de la que François Dupeyron realizó una maravillosa película protagonizada por Omar Sharif.
"De niño soñaba con ser cineasta, deseaba hacer más tarde películas de cine mudo en blanco y negro y entrecortadas, como esas bobinas de Chaplin o Keaton que proyectaba en el muro de mi habitación con el proyector familiar. Luego las palabras y las frases se cruzaron en mi camino, las recogí, las utilicé y la literatura se convirtió en mi manera de expresarme. Feliz de esta manera, había olvidado mis primeros deseos, me propusieron pasados los cuarenta coger una cámara para contar historias. No fue el adulto el que aceptó si no el niño de diez años quien, en mi interior, esperaba desde siempre su turno".
He escrito siempre novelas y relatos, sin embargo, al contrario que con las obras de teatro, tardé mucho en componer un texto que juzgase publicable. Mientras que paradójicamente el teatro me hacía feliz imponiéndome sus limitaciones, la novela me ofrecía una libertad que me atemorizó durante mucho tiempo. ¿Por qué garabatear 300 páginas en lugar de 100 ? ¿Describir hasta donde ? ¿ Qué punto de vista adoptar ? Afortunadamente los personajes de mis libros me forzaron : se impusieron, me obligaron a escucharles, a redactar su historia durante meses, a trabajar para ellos. Gracias Pilatos, gracias señor Ibrahim, gracias Oscar. En cuanto a Adolf Hitler, lo siento, aunque aprecie realmente La Part de l’autre, el libro que me inspiró, no entra dentro de mis costumbres darle las gracias… »