Algunos libros te dejan desasosegada cuando llegas al final y lees la última hoja. Sientes que algo se te ha escapado. Vuelves mentalmente a sus páginas y te recreas en detalles, percibiendo de nuevo el misterio de las escenas y los giros inesperados del argumento, y de repente todo encaja. Pero la sensación sigue ahí. Esto me ha pasado leyendo
Mercury de Anna Kavan. Hace tiempo que quería posar mis ojos sobre alguno de los libros de esta narradora extraña y única, en nuestro país publicados por la editorial El Nadir. En esta novela, como en otras de la autora, hay lugares comunes: un país del norte de Europa, sus fiordos tenebrosos y su eterna blancura, y una isla tropical en África donde viven los lémures, unos animales que fascinaban a la autora, y sus cantos y saltos extraños. Además también protagoniza la acción un perseguidor en busca de su amada frágil, infantil, sumisa, provista de una cabellera larga y blanca (albina) ambos personajes también presentes en
Hielo, otra de las novelas de Kavan.
Así describe Kavan a la protagonista: "Es pálida en extremo y demasiado delgada. Piensa que casi puede ver a través de su cuerpo, como si estuviera hecha de cristal de Murano. Parece haber un cierto patetismo, un aire de tímida sumisión infantil en esa cara con forma de corazón, en la que destacan unos grandes ojos brillantes, del indefinible color de las piedras limpias que yacen bajo aguas cristalinas".
Toda la novela es una carrera en un mundo fantástico y lúgubre donde la acción se asemeja a una pesadilla para encontrar a esa mujer que sufre y salvarla, pero también el deseo de verla sufrir, de desear ser testigo de su sufrimiento. Anna Kavan traslada a la ficción ese mundo peligroso y tenebroso en el que ella vivía y que no podía soportar, e incluso algunos creen ver en esas páginas las huellas de su adicción a la heroína y ese mundo de alucinaciones que soportan.
Helen Emily Woods (Anna Kavan) nació en Cannes en 1901, y su infancia estuvo marcada por el suicidio de su padre y la férrea autoridad de su madre. Vivió en Nueva York y California y se convirtió en una joven de la alta sociedad. Se dedicó a la decoración y a la pintura, el cuadro de arriba es uno de sus autoretratos, y comenzó a escribir novelas rosas bajo el seudónimo de Helen Ferguson. También viajó con su marido y vivió en Birmania, Sudáfrica y los países escandinavos. La lectura de Kafka le produjo una gran metamorfosis y abandonar sus novelas rosas y cambiar el seudónimo. Así nació Anna Kavan. De salud precaria estuvo en clínicas psiquiátricas y de desintoxicación, pero nunca consiguió abandonar la heroína, ni sus intentos de suicidio. Finalmente lo consiguió abandonando ese mundo que tanto le disgustaba en 1968.
"Copos de sangre y espuma revolotean, llenando el aire y forman una capa de escoria sobre el agua, donde los colmillos asesinos siguen despedazando grumos de sangre y centelleando como cuchillos bajo la luz de la luna, que también brilla sobre las escamas del cuerpo viperino mientras sus curvas se hunden y surgen alternadamente del agua entre el caótico tumulto de las olas".